Con el cierre del año a la vista, Oscar “Cacho” Prizzón, director de la Escuela de Fútbol Mariano Prizzón, repasó el presente de un proyecto que nació en plena pandemia y que hoy se consolidó como uno de los espacios formativos más concurridos de la ciudad. Lo que comenzó con apenas 35 chicos, hoy reúne a más de 210 alumnos, todos bajo la premisa de la igualdad, el respeto y el acompañamiento.
La escuelita funciona en el complejo El Águila y es sostenida por la Fundación Honrando Nuestros Valores, impulsada por «Tito» y Alan Lowenstein, propietarios del Frigorífico Land L S.A., donde Cacho trabajó más de cuatro décadas. El aporte de la institución permite cubrir gastos de profesores y mantenimiento, mientras que la pequeña cuota que algunos alumnos pueden abonar —y que otros no, sin ser excluidos— se destina íntegramente a geriátricos, copas de leche y familias que necesitan ayuda.
Prizzón destacó que conviven niños de barrios humildes y de sectores más acomodados, sin diferencias: “Acá todos se visten igual, no hay gordo, no hay flaco; todos se llaman por el nombre”. El proyecto incluso incorporó este año a un joven casi no vidente que realiza su pasantía del profesorado, integrándolo al equipo de trabajo.
Aunque varios chicos ya juegan en divisiones formativas y reservas de clubes locales, el gran desafío aparece al finalizar la escuelita: muchas familias no pueden afrontar las cuotas de los clubes. Para Cacho, allí es clave sumar apoyos para garantizar la continuidad deportiva.
Con emoción, reconoce que la escuela funciona también como un sostén personal tras la pérdida de su hijo, Mariano, quien inspira el nombre del espacio. “Es un cable a tierra y me ayuda a seguir”, confesó.
